Desde que los talibanes retomaron el poder en Afganistán, en el 2021, el grupo fundamentalista islámico ha protagonizado interesantes capítulo en la historia, aplicando reglas rígidas contra los ciudadanos, en especial las mujeres.
Esta nación asiática se formó en 1994, tras la invasión de la Unión Soviética que sufrió entre 1979 y 1989. Luego, lograron librar una guerra contra Estados Unidos y sus aliados por más de 20 años.
La toma del poder provocó un éxodo humano hacia Pakistán e Irán, entre estos tecnócratas, médicos, ingenieros y otros profesionales esenciales para administrar un estado funcional.
Es una epopeya compleja y adornada de sangrientos episodios. Esa personas provienen de varios muyahidines, una serie de guerreros con un fuerte carácter religioso que combatieron a los soviéticos y consiguieron hacerse fuertes en poco tiempo. Han sido condenados internacionalmente por su interpretación ortodoxa de la ley islámica.
Los talibanes han vuelto a imponer decretos que prohíben a las mujeres viajar sin un pariente varón, ir a parques el mismo día que los hombres o mostrar el rostro en público.
Los gobernantes de Afganistán, una nación de 41.13 millones de habitantes, promulgaron el pasado miércoles el primer conjunto de leyes para prevenir el vicio y promover la virtud. Consta de 114 páginas y 35 artículos.
Las leyes facultan al Ministerio del Vicio y la Virtud para hacer cumplir esas ordenanzas y administrar castigos como advertencias o arrestos, si los afganos han infringido las leyes. El papel del ministerio no se limita únicamente a la regulación de la conducta personal, sino que también abarca la vigilancia de los medios de comunicación y otros ámbitos de la vida pública, intensificando su control sobre la sociedad afgana.
Según el artículo 13 de las nuevas normas, la voz de una mujer “se considera un atributo íntimo que no debe ser escuchado en público, prohibiendo que canten, reciten o lean en voz alta”.
Las damas, incluyendo las niñas que visten igual aunque con el rostro descubierto, viven un escenario de represión, angustias, terror, desasosiego e intranquilidad. Es obligatorio que ellas cubran su cuerpo por completo en público, utilizando un velo que oculte también su rostro. La vestimenta debe ser lo suficientemente gruesa, suelta y larga para no delinear la figura femenina, evitando así cualquier posibilidad de tentación o seducción. Ven a través de un par de orificios y dejan las manos descubiertas.
El pasado año, el líder supremo de los talibanes, Hibatullah Akhundzada, declaró que las mujeres afganas tienen una vida cómoda y próspera, a pesar de los decretos que les prohíben acceder a muchos espacios públicos, a la educación y a la mayoría de los empleos.
En la práctica, ocurre lo contrario. Esas nuevas normas establecen que las mujeres (que por cierto son muy hermosas), no deben mirar a hombres con los que no tengan un parentesco cercano, y viceversa.
Estas leyes, draconianas y extremistas, con el tiempo, obligarán a la población femenina de esa nación a refugiarse en otros países donde puedan actuar con libertad, mostrar su belleza, estudiar y tener vínculos sentimentales con hombres de otra raza. Naturalmente, necesitarán la ayuda internacional.
Se trata de una violación a los derechos humanos, de una atípica y cruel cultura antigua que conlleva al atraso. Obvio, hace falta allí una Juana de Arco que las motive a rebelarse.
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(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).