Al contrario de las abundantes profesiones de fe a favor de la no violencia y los autoelogios de sus portavoces a su “gran democracia”, intensificados a raíz del atentado a Donald Trump, la verdad es que la ideología dominante en EE. UU. es súper-violenta. De su poder profundo emanan crueldades inimaginables. Dicen que en su sociedad no hay lugar para la violencia y la verdad es que no hay condiciones para que ella deje de crecer.
En el marco de su dominación, las élites estadounidenses cuentan con cuerpos policiales capaces de matar de manera recurrente manifestantes negros, incluso luego de apresados. También aborígenes, latinos, árabes, musulmanes y asiáticos. Su poder racista tiene una cruel historia de muertes y torturas basadas en la discriminación y la sobre explotación. En su frontera Sur abundan los crímenes a cargo de sus cuerpos policiales de fronteras.
EE. UU. es el país de un Ku Klux Klan protegido por el Estado. Cuenta con una CIA y un Pentágono horripilantes. Al paso de los golpes de Estado y las represiones patrocinadas por EE. UU., los asesinatos de militantes de izquierda y luchadores/as sociales, los torturados y desaparecidos, se cuentan por miles.
Sus invasiones militares ha sido escuelas de despotismo y de masacres; y los capítulos de su guerra global constituyen una cadena de genocidios, en los que los muertos se cuentan por millones.
Tanto Trump como Biden, el PR y el PD, son responsables del ejercicio del terrorismo de estado de esa superpotencia y de su apoyo el estado terrorista de Israel y al holocausto palestino Los trumpistas estás hermanados con los Milei, Bolsonaro, Noboa, Kast, Meloni y Le Pen.
Trump es un tramposo impenitente y un corrupto medular. Como también Biden es de vocación neofascista, sobre todo en el ejercicio de la política exterior, comprometida su facción en el negocio criminal negocio de las guerras y de las armas.
Así son las figuras señeras de la política estadounidense, expresiones de su decadencia y descomposición. Pero ambas partes califican esas verdades como estigmatizaciones mentirosas o ataques personales desconsiderados. Los trumpistas incluso las condenan como supuestos componentes de una “campaña sucia”, que hipotéticamente ha servido para estimular el reciente atentado a Trump, a sabiendas de que el mismo tiene sus raíces en el estado profundo y en las fracturas del poder imperialistas.
Ambas facciones claman por la unidad, para disque adecentar una campaña que no está sucia por eso, sino por su degradación histórica y reiteradas conductas criminales de sus cúpulas poderosas.
@narcisoisaconde
(El autor es dirigente político residente en Santo Domingo, República Dominicana).