La noche se presta ligera y risueña para el desacato. Jorge y yo, ya teníamos cuadrado el escape con aquellas chicas que conocimos días antes. La hora de la cita se apresuró en llegar y salimos al combate de lo que sería una noche…inolvidable.
La Habana, baile caliente que surge desde un suelo rojo, desde las infinitas ventanas por donde se cuela el viento vaporoso rosando tiernamente las centenarias paredes que como glorias pasadas son glorias presentes.
Me encanta sumergirme entre tus calles y oler el sudor de tu gente y tus frutas y verduras y el café que vuela como olas en un vaivén interminable.
Cuanto te extraño Habana, solo yo lo sé y es un clamor que llevo clavado mudo, como un reclamo a mi destino que de ti me aparta y que empecinadamente halo para desprenderme y salir huyendo a tus brazos, oh Habana! Tan poco te conocí y sin embargo te amo.
El son comenzó a inundarnos como el ron por nuestras venas. Parecíamos cuatro locos celebrando la última cena. Nuestra alegría contagió a todos los presentes en aquella inmensa sala llena de eufóricos bailadores.
El humor ronda constantemente en La Habana. La tristeza es permitida…pero siempre termina vencida.
Al final de la noche, decidimos terminarla enfrascados en un roce de “pieles inciertas”. Había de quemar las pasiones para “apaciguar” los cuerpos.
El chofer nos informó que no había moteles disponibles, sin embargo, hizo una llamada telefónica a un amigo que “dijo” ¡problema resuelto! Así que nos dirigimos hacia allí.
Llegamos a un edificio de unos 20 pisos. Nos estaba esperando el amigo del chofer, más un grupo de “amigos” del “amigo”. ¡Vengan por aquí!. Nos convidaron con entusiasmo, nos explicaron que “una familia” del piso 19, había “accedido” a “cedernos” su apartamento por unas horas a cambio de un pago.
Quedamos de acuerdo, y a la vez sorprendidos, pero en La Habana de aquellos tiempos (1997) todo era posible.
Al tomar el ascensor vemos que, además del chofer y del amigo, entraron también “todos los amigos” “del amigo”. ¡Parecíamos sardinas en lata!. Más de 10 personas que nos miraban como si fuéramos delincuentes ¡¡Y lo único que queríamos era dar «amor» !!Ofrecome!!.
Jorge y yo nos miramos perplejos y estupefactos. El tumulto parecía corear ¡y ahora dale malanga, si a ella le gusta esa vianda!… van van.
La subida pareció infinita y al llegar, los inquilinos aun no desocupaban ni acondicionaban las camas, por lo que, en un acto heroico, Jorge gritó de repente, ¡Vámonos! Qué nos van a violar!.
Bajamos corriendo las escaleras, dejando a la trulla sorprendida allá arriba, y le pedimos al chofer que nos llevara a dejar a las damas a su casa.
En el camino, se volvió a alborotar la sangre y le pedimos al chofer que se parqueara cerca de la casa y que saliera del carro. Jorge y su chica se metieron por unos matorrales y yo me quedé en el asiento trasero con la mía.
Era una calle oscura y silenciosa, tanto lo era que no pudimos evitar el estruendo de otro carro que parecía botar los pedazos de metal para quedar varado justo frente a nosotros… con las luces encendidas!!.
Ya aquello fue una señal para mí que decidí subir la bragueta antes que hubiese un “adjudicamiento arrepentoso”. Jorge salió abrumado también ante la eventualidad y pactamos, con las chicas, volver a intentarlo al día siguiente.
Pero el día siguiente nunca llegó. Fue al siguiente año que regresé a La Habana, en donde produje una llamada a la casa de “mi chica”. Su amiga me dijo que había fallecido a causa del sida.
Entendí entonces, que “aquel” tormento habanero que pasé, no fue más que la protección del Universo al cumplimiento de mi destino. ¿Qué si ya lo cumplí?. No lo sé, pero cuanto me hubiese gustado morir en tus brazos !habana adorada!. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
massmaximo@hotmail.com
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