El desastre ambiental que se registra en el mundo con el cambio climático parece no preocuparle a los líderes de las naciones ricas y pobres. Asombra la irresponsabilidad asumida por la comunidad universal acerca de ese tema, mientras el planeta que habitamos corre el riesgo de desaparecer.
La tala indiscriminada de árboles y la extracción de arena en ríos y playas, ya es una práctica criminal, una cultura, que implica consecuencias negativas para el medio ambiente. La deforestación lleva al hombre a convertir las tierras de esos lugares (especialmente las declaradas Áreas Naturales Protegidas) en uso de la agricultura, la urbanización o la exploración de minería.
Los hombres de ciencia han alertado que esa acción puede tener graves impactos negativos, como la pérdida de biodiversidad, la degradación del suelo, la erosión y la pérdida de hábitats naturales.
Las naciones industrializadas siguen agrediendo al planeta. Al parecer, a nadie le inmuta saber la debacle que causaría el cambio climático, sobre todo la degradación de la calidad del agua.
Se ha predicado en enésimas ocasiones que los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) son los que más contribuyen a ese fenómeno natural, ya que representan más del 75% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y casi el 90% de dióxido de carbono.
A medida que las emisiones de gases de efecto invernadero cubren la Tierra, atrapan el calor del sol, lo que conduce al calentamiento global. El mundo se calienta ahora más rápido que en cualquier otro momento de la historia del que haya registros.
Las temperaturas más cálidas están cambiando los patrones climáticos y alterando el equilibrio normal de la naturaleza. Esto involucra muchos riesgos para los seres humanos y todas las demás formas de vida de la Tierra.
En el caso de los océanos, la situación es igual de preocupante. Estudios recientes establecen que el calentamiento global ha alterado los ciclos naturales y los patrones climáticos, con impactos que incluyen calor extremo, sequías prolongadas, aumento de las inundaciones, tormentas más intensas y crecimiento del nivel del mar. Es lo que estamos viviendo con las prolongadas lluvias, además de los constantes sismos, erupciones volcánicas y otras eventualidades naturales.
Demos reflexionar respecto a los océanos, un escenario generador de vida para la existencia humana, un regulador del sistema climático mundial.
Basta investigar sus propiedades medio-ambientales para darnos cuenta de su importancia para la sobre vivencia de todos. El océano ocupa más del 70% del planeta Tierra, contiene el 97% del agua y supone el 99% del espacio vital del globo por su volumen.
Además, regula el clima y ayuda a combatir la crisis climática porque genera el 50% del oxígeno y absorbe alrededor del 30% del dióxido de carbono (CO2) producido por la actividad humana, amortiguando así el 90% del impacto provocado por el ascenso de la temperatura y el cambio climático.
Para los científicos, la contaminación por plásticos y químicos, el desarrollo urbanístico, la pesca de arrastre o actividades relacionadas con la pesca industrial, son algunas de la amenazas que han provocado la merma de las poblaciones de especies marinas y la muerte del 50% de los arrecifes de coral, causadas por el aumento de la temperatura del agua salada.
Por lo visto, el futuro nuestro es incierto. Persistimos de manera despiadada en la jornada depredadora del ecosistema terrestre, un esquema biológico que tiene como elemento básico el desarrollo y crecimiento de todas las especies que viven en él.
Igual ocurre con el hábitat marino. Los escenarios acuáticos son los más grandes de la tierra y se distinguen por estar en aguas con un alto contenido de sal. Sirven de sustento de alimentación para la humanidad. Pero también los estamos destruyendo.
En resumen, el albedrío de actuar para decidir por cuenta propia, sin estar atado a un control legal o administrativo, nos ha convertido en asesinos en potencia del ecosistema global. Y ese comportamiento será la causa de nuestra desaparición.
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(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).