Si no hubiésemos conocido la impronta, la trayectoria y el historial filantrópico de tres grandiosas familias de la República, fácilmente hubiéramos quedado enredados entre las patas de los caballos de un falso altruismo, el que hoy exhibe el señor Penco, quien en la presente campaña electoral busca los votos que le permitan tener por lo menos un buen desempeño.
Y que bueno es recordar los servicios y aportes en materia filantrópica de las fundaciones Eduardo León, Corripio y de la Asociación Dominicana de Rehabilitación.
Porque no recordarle al Penco que entregar fundas con arroz, una lata de sardina, un poco de aceite y algunos panes, no es una acción altruista, ni mucho menos filantrópica, más bien eso se llama asistencialismo caritativo, es estrujarle al recibidor sus miserias en su propia cara.
Que hermoso ha sido observar durante más de 100 años a la familia Corripio y su gran éxito, el que le ha permitido expandir su influencia en todo el país. Recordar aquel lindo gesto de la Fundación Corripio cuando otorgó cien millones de pesos a igual número de organizaciones no gubernamentales (ONG) y fundaciones, así como brindar apoyos a eventos y al desarrollo de una amplia variedad de objetivos y programas relacionados con la difusión cultural.
De ese mismo modo podemos hablar de León Jimenes, una entidad privada, sin fines de lucro, creada por los hermanos León Asencio y el Grupo León Jimenes, para contribuir al desarrollo social y cultural y gestionar proyectos socialmente relevantes, participativos y autogestionarios, con vocación de intercambio y colaboración entre grupos e instituciones nacionales e internacionales.
Y como no hablar de doña Mary Pérez de Marranzini que motivada junto a un grupo de hombres y mujeres apasionados por el don de servir gestaron primero, la creación de la Asociación Pro-Rehabilitación de Lisiados, la cual más tarde convierte en Asociación Dominicana de Rehabilitación y aquella gran lucha por la erradicación de la poliomielitis y su gran epidemia en República Dominicana (1959) inspirada en la discapacidad adquirida por su hijo, Celso Marranzini, quien fuera afectado por la enfermedad.
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