En esta entrega me limitaré a reproducir un interesante escrito que me remitió mi reflexivo primo hermano Amaurys Bello Cuevas sobre la humildad, una virtud humana atribuida a quien ha desarrollado conciencia de su yo interior, limitaciones y debilidades.
La humildad está relacionada con la aceptación de nuestros defectos, pero resulta que existen seres humanos que se apartan de este valor cuando son revestidos de altanería y se ven incluidos en posiciones económicas o sociales, con bienes muebles e inmuebles de altos valores adquiridos con dudosas fortunas que no pueden justificar con los salarios que devengan, si son servidores estatales.
Es un activo humano generalizado que ocurre principalmente con individuos muy pobres que en algún momento han dejado a un lado su humildad cuando ascienden de estatus social e ignoran a su gente. A fin de cuenta, todos terminan tendidos en un ataúd, sin zapatos, ni las fortunas y los bienes acumulados en el agitado trajín de la vida.
A continuación, el escrito del que hago mención que se titula “El certificado de defunción”:
Después de estar en situación de actividad durante más de 30 años, un alto oficial militar pasó a la situación de retiro; ya era pensionado del Estado y se retiró a vivir a un maravilloso departamento nuevo en un condominio privado.
Se consideraba más grande que los demás y nunca hablaba con nadie; incluso, mientras caminaba por el parque, todas las noches, ignoraba a sus vecinos mirándolos con altivez.
Un día, de alguna manera, sucedió que una persona mayor sentada a su lado inició una conversación y continuaron reuniéndose.
Cada conversación fue principalmente un monólogo, con el general insistiendo en su tema favorito: “Nadie puede imaginar el gran puesto y la alta posición que ocupé antes de pasar al retiro. Terminé en esta comunidad por situaciones no planeadas”…
Y el otro anciano solía escucharlo en silencio.
Después de muchos días, cuando el general retirado estaba inquisitivo sobre los demás, el anciano oyente abrió la boca y dijo:
«Después del retiro, todos somos como lámparas usadas y terminamos fundidos. No importa cuál era el voltaje de trabajo, cuánta luz o brillo dabas. He estado viviendo en esta comunidad durante los últimos 5 años y no le he dicho a nadie que fui secretario privado del Presidente de la República. Mira a tu derecha, allí está un hombre que se jubiló como gerente general en una importante empresa; por allá está otro hombre que fue también general como tú, pero con la diferencia que no tuvo un cargo tan importante, y ese otro fue agregado militar en la embajada de Estados Unidos. Esa mujer, sentada en el banco con un vestido blanco impecable, fue profesora en una universidad antes de jubilarse. No se lo ha revelado a nadie, ni siquiera a mí, pero lo sé.
Todas las lámparas, usadas, ahora son las mismas, cualquiera que sea su potencia, 10, 40, 60, 100 vatios, no importa ahora. Tampoco importa qué tipo de bombilla eras antes de terminar aquí: LED, CFL, halógena, incandescente, fluorescente o decorativa.
La reflexión
Y eso, amigo mío, también se aplica a ti. El día que entiendas esto, encontrarás paz y tranquilidad, incluso en este condominio de viviendas.
Recuerda, tanto el sol naciente como el sol poniente son hermosos y adorables, pero en realidad, el sol naciente adquiere más importancia, e incluso es adorado, mientras que el sol poniente no recibe la misma reverencia.
Es mejor entender esto, más temprano que tarde.
Estimado amigo, tu actual cargo, título o poder que ejerzas, no son permanentes. Mantener muchas emociones por estas cosas, sólo te complica la vida cuando las pierdes algún día.
Recuerda que cuando termina el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja. Por lo tanto, disfruta de tus logros y de todo lo que has adquirido hoy, para poder tener un tiempo fabuloso en lo que resta del camino y estar en paz contigo mismo.
Al final del día, todos esos títulos, certificados, nombramientos o reconocimientos, no son más que un papel que será reemplazado por un sólo certificado: “El certificado de defunción».
Amigos, vivamos la vida intensamente, seamos felices con lo que tenemos, mantengámonos activos, con acciones que trasciendan y apoyémonos mutuamente, mientras tengamos vida.
Siempre que sea posible, pongan una sonrisa en la cara de alguien y tengan una palabra afectuosa con el amigo, no cuesta mucho.
Vivamos con entusiasmo y optimismo, con calma y sin bajar la guardia. Con amor, buen humor, caridad, humildad, templanza, honestidad y prudencia.
Seamos humildes y vivamos con plenitud e integridad.
Atte:
El tiempo.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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