Por Marina Aybar Gómez
Angélica y Manuel, jóvenes de edades parecidas, abrazaron la medicina como profesión de servicios y, a pesar de las hostilidades, hoy, expuesta su salud y la de sus familiares, reafirman la noble profesión escogida.
Ambos, humildes en sus orígenes, responsables y sensibles, son, simultáneamente, médicos y policías (por eso, se reservan sus identidades reales), no tienen apellidos sonoros, y a pesar de su formación y entrega, reciben sueldos pírricos y no alcanzan los rangos como oficiales.
Desde sus espacios laborales, ella trabaja “a manos peladas”, sin equipos y materiales necesarios, sin guantes ni mascarillas; él, dura 24 horas con un traje de bioseguridad, aguantando calor y todo tipo de dificultad que le impiden hasta ir al baño a realizar sus necesidades fisiológicas. Ella, labora para seres con escasa disponibilidad económica; él, para seres privilegiados.
Hipócrates entendió que todas sus fuerzas e inteligencia estarían al servicio del bien de los enfermos. Y en su juramento profesional consagra su vida al servicio humano: “La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones”, dice el médico en su juramento, para testimoniar que “Aún bajo amenazas no admitiré utilizar mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad”.
Así consta en el juramento hipocrático de la Asociación Médica Mundial, para guiar esta profesión con humanismo, entrega y sacrificio permanente, como se demuestra actualmente de forma dramática durante el azote de una catástrofe que visibiliza las consecuencias del accionar extremista y mezquino que caracteriza los afanes mercantilistas actuales.
La ética médica coloca al paciente por encima del cliente, postura opuesta a las pretensiones voraces de la época, donde recibe servicios de salud el que puede pagar por ella, por lo que dispone en su cuenta bancaria. El médico no encaja en este rompecabezas, en este tablero propio de aves de rapiña, donde la desesperación y necesidades del ciudadano común se transforman en ganancias para pequeños núcleos privilegiados.
En los aprestos de aprobación de la ley 87-01 en la República Dominicana, los variados componentes de la seguridad social comenzaron a invertir al médico y a su juramento, hasta pretender convertirlo en obrero informal, al obviar la esencia de una profesión, de un oficio que es lo que más se parece al cielo; ¡y, en realidad, son los delegados de Dios en la tierra!.
En la actual confusión por el ataque del virus, cuando prácticamente todos los ciudadanos y sectores diversos estaban abrumados, con miedo e incertidumbre, los médicos y todo el personal de salud, ni siquiera pensaban en protegerse. Olvidaron familia, descanso, comida, casa, y salieron al frente, para socorrer a los afectados, incluso a costa de su propia salud. Sin protección, o con trajes de fundas plásticas comunes (mientras algunos exhibían vestimentas como si estuviesen en la Luna), sin lentes, sin instrucción general sobre la nueva afección, sin alguien que los releve de las arduas tareas, rodeados de enfermos por doquier, médicos de diversos hospitales y clínicas del país se colocaron del lado del necesitado para vencer sus sufrimientos, la agonías, el peligro.
No había traje ni protección alguna, no importan sus exigencias ni las de su gremio profesional para resguardar su salud y la de la población. Los médicos absolvieron el virus; los fallecidos aumentan cada día; cientos siguen contaminándose. La mezquindad y la injusticia contra el personal de salud queda en evidencia en tiempos actuales de emergencia.
24 horas y más, durante jornadas laborales interminables y diferentes, el médico que tiene suerte recibe un equipo de bioseguridad que le impide hasta moverse, porque más que instrumento de protección, es una capota y clásica que solo cambia de color, mientras el cuerpo y hasta los pies se les calientan y emana sudores gruesos por todo su cuerpo.
Con reiteración, han de comer o cenar sopa “boba” y arroz blanco recalentado más frío y duro que el hielo, ingesta no apta para un médico en alerta y cansado, que a veces sobrepasa las 24 horas de trabajo, sin guantes, sin lentes, sin trajes mínimamente seguros. Y mientras tanto, cada segundo sobrepasan las posibilidades de riesgo para los familiares que día a día le esperan, después de su duro trajinar.
En situaciones difíciles, tomar en cuenta, respetar y resguardar al personal de salud que se expone con abnegación y entrega, obliga a cuidarlos y resguardarlos, y convertirlos en huéspedes distinguidos de los mejores hoteles del país, vacíos, muy pasivos en estos tiempos de crisis turística.
Decenas de médicos están contagiados en sus casas arropados por la indiferencia oficial y empresarial; y si requiere ingreso, no hay camas para este ser que da hasta su vida por sus pacientes. Tampoco califica para medicamentos de alto costo ni para visitas personalizadas, lo que para otros realiza con abnegación, para él está prohibido. Cuando el médico en el ejercicio de sus funciones se contamina, este profesional abnegado es entregado a la orfandad total: sin dinero, sin medicamentos, sin atención, sin seguridad social.
No bastaron las denuncias del Colegio Médico Dominicano, pocos entendieron los reales planes que privatizarían la salud; ahora, la realidad golpea rostros que permanecieron indiferentes ante las pretensiones de comercializar las desgracias de la mayoría; ahora, todos sufren por esa inercia transformada en descalabro del sistema sanitario. Al médico se le exige ser obrero, trabajar ocho horas, y se lanzan al zafacón sus años de formación y la esencia humana de la profesión. Se olvida que el trato y la atención del médico sanan a los pacientes que ven en él la real representación terrenal de Dios.
La estampa que más se repite en los hospitales del país y en las clínicas comienza en el área de emergencia. Es el espacio donde la indolencia se desvanece y la esperanza se siente con mayor profundidad, donde pernoctan los más abnegados profesionales. Aquí, la desesperación y las carencias se convierten en desafíos y el dolor en experiencia positiva, gracias al personal de salud. La emergencia es el más amplio laboratorio donde se imparte la mejor especialidad para formar personas con sensibilidad al vencer el temor y el peligro con solidaridad, y abnegación, durante horas interminables de labores sin dormir, porque urge la vigilia constante.
Mientras pacientes y sus familiares consideran dioses y santos a médicos y enfermeras, para las Administradoras de Riesgos de Salud, ARS, el médico especialista vale 250 pesos, un esclavo que multiplica los bienes ajenos en detrimento de su profesión, sus ingresos, su bienestar familiar.
Planes de estudios largos en cada fase, asignaturas generalmente vinculadas con los pacientes, una pasantía que sobrepasa el año, para volcar todos los conocimientos adquiridos en una investigación aplicada, son requisitos rigurosos que debe cumplir este profesional para culminar la base e iniciar el camino de su especialidad que nunca terminará. Así se mueve el profesional médico para alcanzar un sueldo que apenas llega a los 30 mil pesos en el sector público y que se convierte en afrenta en los centros hospitalarios privados.
Al momento actual, a sabiendas que son egresados de profesiones en constante actualización, todavía, los médicos y todo el personal de salud sufre la exclusión en las residencias y pasantías, decisión inexplicable en un país que requiere de más profesionales por habitantes, mientras mensualmente se derraman a granel miles de pesos como pago a personal nombrado en diversas instancias de la administración pública sin desempeñar función alguna.
María (nombre supuesto para proteger su identidad) es un ejemplo de profesional de servicio. Antes de graduarse ya era policía. Se abre camino profesional desde los valores positivos, la constancia, la dedicación y el sacrificio permanente para encaminar a sus familiares. Su juventud es evidente y bien aprovechada y su persistencia es férrea y su voluntad indoblegable.
En tiempos de contaminación colectiva, sin quererlo, trabaja desafiando los contagios, con enfermos que tosen encima de ella, sin guantes, sin mascarilla, sin alcohol protector. A pocos les importa, nadie observa, pocos resuelven. Tiene que obedecer, no puede proteger su salud ni su integridad. No puede protestar. A 25 días de licencia por haber resultado positiva por el terrible virus ya la llamaron para reintegrarse, sin ni siquiera recuperar totalmente su inmunidad. Pasó más de siete días sin recibir el sueldo del mes de julio, como si sus familiares y ella no lo necesitaran.
El personal de salud en una clínica de la ciudad capital es un obrero de zona franca que cumple su horario y trabaja horas extras. Con prisa extrema atienden a un paciente para trasladarse en segundos a verificar el otro. Al finalizar la jornada muchas veces superior a las 24 horas, ni oye, ni ve ni entiende; es una máquina que deambula de un lugar a otro, porque por lo regular también sobrevive por el pluriempleo.
La firmeza y la reciedumbre se combinan para proporcionar toda la seguridad que han de infundir en sus pacientes y al interactuar con ellos, sus palabras generan esperanza y cambio.
Los médicos, mientras recuperan la vida de sus pacientes, lentamente, van perdiendo la propia, abatidos por el cansancio cotidiano, la inseguridad social y profesional, sin medicinas y con afecciones progresivas.
El vilipendiado rol de las enfermeras
¿El personal de enfermería es el brazo ejecutor de las directrices médicas. Es quien realiza las tareas que persiguen la recuperación de la salud del paciente. Sin embargo, su imagen es distorsionada constantemente. Tiene que protestar para que le escuchen. Entrega sus bríos, su juventud, sus fuerzas por el bienestar del paciente pero no recibe remuneración laboral mínima en los centros públicos. En los centros privados se les extrae la sangre y la convierten en pesos.
En temporadas normales, su traje al inicio blanco, muy rápido oscurece por el reiterado uso. En tiempos difíciles para la salud pública, el personal de enfermería no tiene descanso ni protección, le facilitan vestimenta desechable que tiene que usar varias veces, a sabiendas que eso multiplica las posibilidades de contagios. Estos abnegados profesionales tienen sueldos miserables que no le da posibilidad de sobrevivencia, mucho menos para disfrutar del ocio ni de formación.
La Enfermería hoy es una profesión de valientes que sueña algún día recobrar su honor.
A los bioanalistas no los recuerdan
El bioanalista es el personal de salud menos conocido, encerrado en un espacio muy parecido a una cámara de la muerte por los contaminantes que analiza. A pesar de laborar bajo permanentes riesgos, recibe como paga baja remuneración y escasa atención a sus reclamos.
¿Farmacéuticos o despachadores desde mostradores?
En la República Dominicana, ser farmacéutico es sinónimo de colmadero que despacha desde un mostrador de madera, opinión descabellada debido a que se desconoce la rigidez formativa por la cual han de pasar para obtener su muy bien ganado grado, incluyendo materias importantes y especializadas, que al finalizar facilitarán que desempeñe variados roles incluso en el difícil campo de la Química. Ser farmacéutico es un privilegio que todavía no se alcanza a comprender, lo que hace constantes las deficiencias en el sector sanitario.
Insoportables vejámenes contra camilleros
Muy poco se menciona el rol de los camilleros. Por lo regular, son pocos para atender decenas de pacientes al día. Apenas trasladan un paciente y ya hay cinco en espera para ser traslados en una camilla defectuosa.
Pocos podrán describir la sonrisa de un camillero, totalmente ausente durante ese cotidiano y casi infernal movimiento intrahospitalario; muy acentuado cada vez que recibe el miserable sueldo o cuando se daña el ascensor y hay que trasladar el paciente subiendo o bajando la escalera.
El personal de limpieza
Pobre personal de limpieza que sin querer traslada a sus casas en su cuerpo, ropa y pelo, parte de los desechos del centro de salud. Este personal, en el sector privado ni derechos laborales tiene, no pertenece a las clínicas, ya que brinda servicios para compañías tercerizadas, que aplican contratos “especiales” a sus servidores para reducir sus beneficios legales.
El costo humano que aporta el médico con sus sacrificios una vez más queda demostrado; no se sabe qué otras pruebas ha de exhibir para salir del trato vejatorio que históricamente recibe al desconocerse todavía que es un profesional diferente que merece recompensas y mejor trato.
¿Quién mejor que el médico y todo el personal de salud para recibir los mayores privilegios? No hay que dudar que este personal vale más que las esmeraldas y los diamantes, que es digno de mejores tratos para que sea real su seguridad alimenticia y social, para que sea constante su formación para el ejercicio de tareas que se realizan bajo tensión permanente.
La gravedad sanitaria extrema de estos meses evidencia de forma dramática el trato inhumano y vejatorio que padecen estos héroes protectores de la vida de los ciudadanos.
¡Algún día, tratarán como gente, con decencia, justicia, humanidad y con el privilegio que le es cónsono a quien protege la salud ajena, poniendo en peligro la propia y la de sus familiares!.
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